El proximo 4 de Mayo se cumplen 100 años del nacimiento de la poetisa Ana Enriqueta Terán.
En este texto se le rinde homenaje a la autora y dueña de La Casa de Hablas.
Poetisa y diplomática
venezolana, nacida en Valera (en el estado de Trujillo) el 4 de mayo de
1918 y fallecida en Valencia, Venezuela, el 18 de diciembre de 2017.
Autora de una breve pero deslumbrante producción poética que parte de la
imitación de los grandes modelos de la tradición clásica hispana para
acabar adquiriendo una voz íntima y serena que celebra los gozos
cotidianos de lo personal y familiar, está considerada como una de las
poetisas más relevantes de la lírica hispanoamericana del siglo XX.
Nacida
en seno de una familia acomodada -su padre era hacendado Manuel
Terán Labastida, poseedor de una vasta hacienda en la que se cultivaba y
procesaba la caña de azúcar-, recibió desde niña una esmerada formación
humanística acorde con la grandeza de sus antepasados, casi todos ellos
presentes en los grandes hitos civiles y culturales de la nación
venezolana.
La herencia literaria le llegó directamente de su abuelo
materno, M. M. Carrasquero, que había sido un reputado hombre de Letras
en la segunda mitad del siglo XIX; fruto de este legado, la futura
poetisa escuchó en su casa desde su temprana infancia los versos más
celebrados de los autores clásicos españoles del Siglo de Oro,
aprendizaje que pronto habría de dejar una huella imborrable en la
orientación temática y formal de sus primeros volúmenes poéticos.
Los vaivenes políticos provocados por la dictadura militar de Juan Vicente Gómez
dieron pie al traslado de la familia Terán a una casa sita en Puerto
Cabello, a orillas del Caribe venezolano, donde la visión constante del
mar pronto se unió a los recuerdos del campo que conservaba la pequeña
Ana Enriqueta, entretejiendo así un fecundo tapiz de elementos naturales
que también habría de aflorar en su posterior producción literaria.
Su primer volumen de versos -publicado bajo el bellísimo título de Al norte de la sangre
(1946)- no vio la luz hasta mediados de la década de los cuarenta,
cuando la escritora de Valera ya estaba próxima a cumplir los treinta
años de edad. En el transcurso de aquel mismo año, Ana Enriqueta Terán,
siguiendo la tradición marcada por los próceres de su familia, fue
nombrada agregada cultural de su país en la embajada de Uruguay, de
donde pasó, pocos años después, a la delegación diplomática de Venezuela
en la Argentina del general Perón.
Al tiempo que desplegaba esta intensa labor cívica al servicio de su
nación, la poetisa venezolana siguió desplegando una brillante
producción lírica que, anclada todavía en los modelos del Renacimiento y
el Barroco español, quedó plasmada en tres poemarios publicados antes
de la conclusión de la dicha década de los cuarenta.
En 1952, Ana
Enriqueta Terán renunció a sus labores diplomáticas y emprendió un largo
viaje de ampliación de horizontes vitales y culturales por Europa.
Afincada en París por espacio de dos años, tuvo ocasión de establecer
estrechos contactos con las principales figuras del arte, la literatura y
el pensamiento que, a la sazón, residían en la capital francesa,
especialmente con algunos genios de las artes pictóricas (como el
español Pablo Picasso y el pintor surrealista cubano Wifredo Lam).
Rodeada de estos grandes creadores vanguardistas, la escritora
venezolana ensanchó, en efecto, sus criterios estéticos y comenzó a
cultivar el verso libre, molde formal que, sin renunciar por ello a las
formas estróficas tradicionales que había venido utilizando hasta
entonces, volcó con singular acierto en sus poemarios posteriores.
De
regreso a su país natal, se estableció en Valencia (capital del estado
de Carabobo) y conoció allí a quien habría de convertirse pronto en su
esposo, el ingeniero español -natural del País Vasco- José María
Beotegui, cuya formación universitaria se había desarrollado en el
Virginia Polytechnic Institute de los Estados Unidos de América. Por
exigencias profesionales de su marido, Ana Enriqueta Terán abandonó su
cómoda residencia en las afueras de Valencia y se mudó a una pequeña
casa costera, aislada frente al mar que baña las costas del Parque
Nacional de Morrocoy (en el estado norteó de Falcón). Este traslado
aparentemente eventual, fijado en principio para ocho meses, se prolongó
por espacio de ocho años, en los que la autora de Valera tuvo ocasión
de enriquecer su ya sólida producción poética con nuevos temas y motivos
procedentes del bello entorno natural que le rodeaba (la soledad frente
al mar, las luminosas islas coralinas, las recias masas boscosas de los
manglares, el trasiego de humildes pescadores y contrabandistas
costeros, etc.).
Durante aquella larga estancia en Morrocoy tuvo
lugar el nacimiento de Rosa Francisca, la única hija que tuvo la
escritora, quien asumió personalmente su educación y se trasladó de
nuevo a Valencia para procurar mayores atenciones a su pequeña.
De allí
pasó a Caracas, en donde residió durante un breve período antes de
asentarse en Isla Margarita hasta que, ya jubilado su esposo, se afincó
en el bello pueblo andino de Jajó, sito en su estado natal de
Trujillo.
El matrimonio formado por Ana Enriqueta y José María
permaneció durante algunos años en esa bella localidad montañosa, hasta
que, dada la avanzada edad de ambos, se trasladó por prescripción
facultativa a la ciudad de Trujillo (capital del estado homónimo).
Ya
por aquel entonces la poetisa de Valera gozaba del reconocimiento
unánime del mundo de las Letras, plasmada en múltiples honores y
distinciones tan relevantes dentro del panorama cultural venezolano como
su investidura como doctor honoris causa por la Universidad de
Carabobo (1988), o su designación como candidata al Premio Nacional de
Literatura, que finalmente recayó en su persona en 1988.
En 1990,
uno de los sellos editoriales caraqueños de mayor prestigio (Monte Ávila
Editores) decidió publicar, en homenaje a la poetisa de Valera, la
totalidad de la poesía que Ana Enriqueta Terán había escrito hasta
entonces, que vio la luz bajo el título de Casa de hablas. (Obra poética 1946-1989) (Caracas:
Monte Ávila, 1991). Ya a finales de la última década del siglo XX, con
motivo de la celebración de los ochenta años cumplidos por la escritora
(1998), las autoridades culturales del gobierno venezolano decretaron la
conversión en Museo y Casa de Cultura de la residencia que Ana
Enriqueta Terán había ocupado durante varios años en Jajó. Por su parte,
los dirigentes municipales de su ciudad natal acordaron bautizar un
teatro y una sala de conciertos con el nombre de la poetisa.
Fuente: http://www.mcnbiografias.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario