jueves, 19 de abril de 2018

Jajo aun con calles de tierra. Foto de finales de los 60. #Jajo


Ana Enriqueta Terán autora de La Casa de Hablas

El proximo 4 de Mayo se cumplen 100 años del nacimiento de la poetisa Ana Enriqueta Terán.

 En este texto se le rinde homenaje a la autora y dueña de La Casa de Hablas.

Poetisa y diplomática venezolana, nacida en Valera (en el estado de Trujillo) el 4 de mayo de 1918 y fallecida en Valencia, Venezuela, el 18 de diciembre de 2017. Autora de una breve pero deslumbrante producción poética que parte de la imitación de los grandes modelos de la tradición clásica hispana para acabar adquiriendo una voz íntima y serena que celebra los gozos cotidianos de lo personal y familiar, está considerada como una de las poetisas más relevantes de la lírica hispanoamericana del siglo XX.

Nacida en seno de una familia acomodada -su padre era  hacendado Manuel Terán Labastida, poseedor de una vasta hacienda en la que se cultivaba y procesaba la caña de azúcar-, recibió desde niña una esmerada formación humanística acorde con la grandeza de sus antepasados, casi todos ellos presentes en los grandes hitos civiles y culturales de la nación venezolana. 
La herencia literaria le llegó directamente de su abuelo materno, M. M. Carrasquero, que había sido un reputado hombre de Letras en la segunda mitad del siglo XIX; fruto de este legado, la futura poetisa escuchó en su casa desde su temprana infancia los versos más celebrados de los autores clásicos españoles del Siglo de Oro, aprendizaje que pronto habría de dejar una huella imborrable en la orientación temática y formal de sus primeros volúmenes poéticos.
Los vaivenes políticos provocados por la dictadura militar de Juan Vicente Gómez dieron pie al traslado de la familia Terán a una casa sita en Puerto Cabello, a orillas del Caribe venezolano, donde la visión constante del mar pronto se unió a los recuerdos del campo que conservaba la pequeña Ana Enriqueta, entretejiendo así un fecundo tapiz de elementos naturales que también habría de aflorar en su posterior producción literaria.


Su primer volumen de versos -publicado bajo el bellísimo título de Al norte de la sangre (1946)- no vio la luz hasta mediados de la década de los cuarenta, cuando la escritora de Valera ya estaba próxima a cumplir los treinta años de edad. En el transcurso de aquel mismo año, Ana Enriqueta Terán, siguiendo la tradición marcada por los próceres de su familia, fue nombrada agregada cultural de su país en la embajada de Uruguay, de donde pasó, pocos años después, a la delegación diplomática de Venezuela en la Argentina del general Perón. Al tiempo que desplegaba esta intensa labor cívica al servicio de su nación, la poetisa venezolana siguió desplegando una brillante producción lírica que, anclada todavía en los modelos del Renacimiento y el Barroco español, quedó plasmada en tres poemarios publicados antes de la conclusión de la dicha década de los cuarenta.
En 1952, Ana Enriqueta Terán renunció a sus labores diplomáticas y emprendió un largo viaje de ampliación de horizontes vitales y culturales por Europa. Afincada en París por espacio de dos años, tuvo ocasión de establecer estrechos contactos con las principales figuras del arte, la literatura y el pensamiento que, a la sazón, residían en la capital francesa, especialmente con algunos genios de las artes pictóricas (como el español Pablo Picasso y el pintor surrealista cubano Wifredo Lam). Rodeada de estos grandes creadores vanguardistas, la escritora venezolana ensanchó, en efecto, sus criterios estéticos y comenzó a cultivar el verso libre, molde formal que, sin renunciar por ello a las formas estróficas tradicionales que había venido utilizando hasta entonces, volcó con singular acierto en sus poemarios posteriores.

De regreso a su país natal, se estableció en Valencia (capital del estado de Carabobo) y conoció allí a quien habría de convertirse pronto en su esposo, el ingeniero español -natural del País Vasco- José María Beotegui, cuya formación universitaria se había desarrollado en el Virginia Polytechnic Institute de los Estados Unidos de América. Por exigencias profesionales de su marido, Ana Enriqueta Terán abandonó su cómoda residencia en las afueras de Valencia y se mudó a una pequeña casa costera, aislada frente al mar que baña las costas del Parque Nacional de Morrocoy (en el estado norteó de Falcón). Este traslado aparentemente eventual, fijado en principio para ocho meses, se prolongó por espacio de ocho años, en los que la autora de Valera tuvo ocasión de enriquecer su ya sólida producción poética con nuevos temas y motivos procedentes del bello entorno natural que le rodeaba (la soledad frente al mar, las luminosas islas coralinas, las recias masas boscosas de los manglares, el trasiego de humildes pescadores y contrabandistas costeros, etc.).
Durante aquella larga estancia en Morrocoy tuvo lugar el nacimiento de Rosa Francisca, la única hija que tuvo la escritora, quien asumió personalmente su educación y se trasladó de nuevo a Valencia para procurar mayores atenciones a su pequeña. 

De allí pasó a Caracas, en donde residió durante un breve período antes de asentarse en Isla Margarita hasta que, ya jubilado su esposo, se afincó en el bello pueblo andino de Jajó, sito en su estado natal de Trujillo. 
El matrimonio formado por Ana Enriqueta y José María permaneció durante algunos años en esa bella localidad montañosa, hasta que, dada la avanzada edad de ambos, se trasladó por prescripción facultativa a la ciudad de Trujillo (capital del estado homónimo). 

Ya por aquel entonces la poetisa de Valera gozaba del reconocimiento unánime del mundo de las Letras, plasmada en múltiples honores y distinciones tan relevantes dentro del panorama cultural venezolano como su investidura como doctor honoris causa por la Universidad de Carabobo (1988), o su designación como candidata al Premio Nacional de Literatura, que finalmente recayó en su persona en 1988.


En 1990, uno de los sellos editoriales caraqueños de mayor prestigio (Monte Ávila Editores) decidió publicar, en homenaje a la poetisa de Valera, la totalidad de la poesía que Ana Enriqueta Terán había escrito hasta entonces, que vio la luz bajo el título de Casa de hablas. (Obra poética 1946-1989) (Caracas: Monte Ávila, 1991). Ya a finales de la última década del siglo XX, con motivo de la celebración de los ochenta años cumplidos por la escritora (1998), las autoridades culturales del gobierno venezolano decretaron la conversión en Museo y Casa de Cultura de la residencia que Ana Enriqueta Terán había ocupado durante varios años en Jajó. Por su parte, los dirigentes municipales de su ciudad natal acordaron bautizar un teatro y una sala de conciertos con el nombre de la poetisa.


Fuente: http://www.mcnbiografias.com